La paz porfirista
Juárez fue presidente de México
desde 1858 hasta su muerte, en
1872. El año anterior había sido
reelecto, y el general Porfirio Díaz se
levantó en armas para protestar, pero
fue derrotado. Unos meses después,
al morir Juárez, de acuerdo con las
leyes asumió la presidencia de la
República Sebastián Lerdo de
Tejada, que era presidente de la
Suprema Corte de Justicia. Cuatro
años más tarde, Lerdo de Tejada
buscó reelegirse y Díaz volvió a
rebelarse ;esta vez tuvo éxito y tomó
el poder.
El pueblo mexicano estaba
cansado de las revueltas y la
inseguridad. Además, México
necesitaba capital extranjero, porque
no tenía dinero, y para atraerlo era
indispensable que hubiera
tranquilidad.
Con mano dura, Díaz impuso
la paz y se preocupó porque el
gobierno funcionara mejor. “Poca
Política y mucha administración” era
el lema de su tiempo. Díaz consiguió
mantener el orden mediante la policía
y el ejército. Se persiguió lo mismo a
los bandoleros que todo intento de
oposición. Con el orden, aumentó el
trabajo y se hizo posible el desarrollo
económico, pues el país tenía
recursos y los empresarios podían
obtener ganancias.
Sin embargo, con el paso de
los años fue creciendo el descontento
por la miseria en que vivía la mayoría
de la gente y porque Díaz tenía
demasiado tiempo en el poder.
Cada vez fue más difícil mantener el
orden.
La prosperidad porfirista
Durante el gobierno de Díaz se
rehabilitaron varios puertos, y se
tendieron 20,000 kilómetros de vías
férreas. Los ferrocarriles
se trazaron hacia los puertos más
importantes y hacia la frontera con los
Estados Unidos, para facilitar el
intercambio comercial con aquel país.
Al mismo tiempo, aumentaron la
circulación de productos entre
distintas regiones de México, y
sirvieron como medio de control
político y militar.
El correo y los telégrafos se
extendieron por el territorio nacional.
Se fundaron por el territorio nacional.
Se fundaron algunos bancos, el
gobierno puso en orden sus finanzas,
comenzó a cobrar impuestos
regularmente, y llegó a pagar las
deudas del país. Esto permitió el
progreso de la agricultura, el
comercio, la minería y la industria:
sobre todo
la
cervecera,
la
tabacalera,
la vidriera y
la textil.
México
tuvo un
crecimiento económico nunca antes
visto. Pero el desarrollo favoreció
desproporcionadamente a los pocos
mexicanos y extranjeros que tenían
dinero para invertir. Extensiones
enormes de tierras deshabitadas
fueron compradas por esa poca
gente, que se hizo dueña de
propiedades inmensas ( latifundios).
La desigualdad entre los muy ricos,
que eran pocos, y los muy pobres,
que eran muchísimos, se fue
haciendo cada vez mayor.
Los indígenas fueron
despojados de sus tierras, y casi
todos los campesinos tuvieron que
trabajar en las haciendas. Estaban
mal pagados, tenían poca libertad y
se veían obligados a gastar lo que
ganaban y a pedir fiado en las tiendas
de raya, que eran de los patrones.
Estas deudas los forzaban a seguir
trabajando en la misma hacienda,
aunque fueran maltratados.
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